
Abdica ante tí, la luna, el eterno reinado de los cielos nocturnos.
No se comparan contigo las miríadas de estrellas que te cortejan, ni el vago rumor del mar, ansioso por alcanzarte.
Te escribo desde el confín de los tiempos, desde el origen de la conciencia. Como un sonámbulo dispuesto a esperar toda la vida tu respuesta.
Te escribo bajo el hechizo de tus miles de rostros, de tus cientos de nombres.
¿Cuánto tiempo habré de esperar la caricia de tus palabras?
¿Cuánto por acercarme a tu ser?
¿Cuánto por navegarlo?
Esculpen tu cuerpo en el mármol los cinceles más diestros. Cantan las aves imitando tu voz y dedica el poeta su obra a tu sola existencia. Y yo no puedo más que escribirte esta carta.
Rogaré que despierte tu atención por un instante y descubras lo que encierra.
Quien te ha amado desde siempre. Aquel que será cientos de hombres y que ha sido otros tantos.
Amada mujer:
Tú eres todas las mujeres.
¿Yo?
ORIÓN