Unas calles adelante se peleó con un perro que andaba por ahí husmeando por donde no debía, salió victorioso por supuesto, con aires de ganador llevo a su boca el hueso que obtuvo por su gran labor boxística. Durante el mediodía y la tarde siguieron así, tranquilos y sin mayores sobresaltos.
Cada uno en sus menesteres. Observando como el mundo podía marchitarse o encontrarse en el mayor esplendor, solo con un simple accionar de sus propias vidas.
Pero aún las preguntas que estaban por resolverse se hallaban en su cabeza. Giraban al igual que las moscas de Pestes alrededor de él. Miraba de reojo al perro esperando que algo sucediese, algo sombrío por supuesto. Pero nada pasaba, nada de lo que podía esperarse, inclusive había salido el sol, en un día que no podía esperarse que saliera el sol. De todas maneras esto reconfortó a los caminantes, ya que el hecho de que saliera el sol solo podía significar una cosa: menos frío. De una manera u otra la preocupación igual persistió dado que también el hecho de que hubiera más sol significaba más sombras…
En el momento que menos me lo esperaba, Pestes desaparece. Lo último que había sentido de él fue que se había escurrido a través de mis piernas para luego desaparecer de mi vista. Yo me había detenido a observar como una muchacha de hermosas piernas cruzaba la calle y luego descubría que además tenía muy lindos ojos; fue en ese momento que busque la mirada cómplice de mi fiel compañero, pero no lo encontré.
La duda y la desesperación atacaron mi alma repentinamente como un baldazo de agua fría. Miré en todas direcciones sin poder encontrarlo, y para colmo la cantidad de gente que había salido a la calle había aumentado significativamente una vez que salió el sol. Me encontraba demasiado nervioso para continuar la búsqueda, casi sentía que podía desmayarme. Lo cierto es que no había comido aún y esto empeoraba mi visión, la cual se perdía en el tumulto de gente. Buscaba por todos lados, miraba hacia todas direcciones y no podía encontrarlo. Pestes solía desaparecer, pero esta vez no era lo mismo, yo sabía que podía ser que no lo vea más.
Caminaba con cara de desesperación, moviéndose con rapidez, mirando todos los rostros, con su boca abierta tratando de sacar algo más del húmedo aire que podía hallar, giraba para un lado y para el otro, hasta finalmente decidió quedarse quieto donde estaba. Se sentó. Media lengua afuera y un respirar rápido y agitado. Hasta que finalmente, comenzó a mover la cola rápidamente, estaba tan contento que salió al encuentro feliz con su dueño que también corrió hacia él. Fue un momento de felicidad para ambos, pero más para su dueño, quien tenía en consideración los hechos ocurridos ese mismo día más temprano. La cara de felicidad de ambos podía ser vista desde cualquier rincón de la ciudad.
Pestes movía su huesuda cola para un lado y el otro. Su dueño, miraba de reojo con felicidad parado de costado a ese perro, hasta que una alegría le inundo el alma repentinamente y finalmente se decidió a abrazarlo, sin importarle las consecuencias de dicho abrazo.
De que me reía en ese momento, ni yo mismo podía explicarlo. De que estaba feliz, tampoco. Pero sabía de alguna manera que algo de lo que había pasado esa mañana no tenía explicación, sabía que no se trataba de hechos comunes. Pero aún seguían ocurriendo situaciones inesperadas e impensadas.
Ahora mirando nuevamente a Pestes, este había perdido la totalidad de sus moscas. Esto me preocupo mucho. ¿Qué significaba este simple hecho? ¿Qué sería de Pestes sin sus moscas? ¿Qué sería de mí sin mi Pestes? Seguramente sería un vagabundo errante que andaría buscándolo por aquí y por allá, tal cual seguramente Pestes estaría buscando a sus moscas cuando lo había perdido, pero de todas maneras, lo que me sorprende es que haya detenido su búsqueda. Yo en su lugar no hubiera dejado de buscar.
Pero la respuesta ante este pequeño dilema me sale al paso rotundamente, el perro es mi fiel compañero, y podrá vivir sin sus moscas, pero no podrá vivir sin mí. ¿Quién lo alimentaría sino? ¿Quién se encargaría de jugar con él? ¿Quién le contaría las moscas…? Pero ya no más, Pestes estaba liberado de las moscas y ahora me tocaba el turno a mi -según me lo había develado la sombra- de liberarme de Pestes.
Encontraba ese sentimiento como algo perturbador en su interior, algo que lo hacía regocijarse y al mismo tiempo le empeñaba una dura sanción de tristeza. No encontraba explicación a ello, no hacía falta, cada minuto era muy importante, ya no había demasiado tiempo para pensar. El final de la tarde comenzaba a llegar y las sombras eran cada vez más largas, la noche se acercaba y el frío volvía de a poco a tocar suavemente los huesos.
Continuó caminando por la ciudad con su carro y su perro correteando alrededor de él. El corazón latía distinto, se sentía más de lo que lo sentía de costumbre. Lo único que podía pensar es que se trataba simplemente de un juego de su cabeza, otra artimaña que lo preocupaba y lo sacaba fuera de sus pensamientos por un rato. Con rudeza lograba conseguir sobreponerse y seguir adelante con sus pensamientos y preocupaciones. Ahora caminaba por un barrio, miraba las casas, todo le parecía muy familiar.
Cada centímetro de la calle era mío. Siempre lo sentí así. Iba por la calle sabiendo a donde mis pies iban aún sin mirar el suelo, aún sin tener un destino. Sabía donde estaba parado, sabía hacia donde ir. Pero todo era una simple mentira que jugaba en mi cabeza para sentirme dueño aunque sea de algo, aunque sea del dulce sentimiento de que esa sucia calle me pertenecía. Esa calle, ese barrio, eran míos. Hacía mucho que no lo visitaba. Tenía esa sensación. Tenía la sensación de estar volviendo a un lugar que realmente me pertenecía. Conocía los pozos de la calle. Conocía los frentes de las casas. Y este simple sentimiento comenzaba a atormentarme, aún mucho más que el mensaje de la sombra aquella mañana, aún más que la desaparición de las moscas de Pestes…
Caminé esa larga calle y al llegar a la esquina miré hacia el interior de una de las casas, podía ver que había gente en ella, aún no habían cerrado las ventanas, pero el sol ya se estaba escondiendo y la luz del interior debelaba lo que ocurría dentro. Me quede parado, mirando. Al rato alguien se asomo, un niño que al verme huyó asustado, como buscando a alguien a quien contarle que había visto a algo tenebroso.
Al poco tiempo, apareció una silueta de una mujer, una sombra que al ir acercándose a la ventana comenzaba a hacerse más clara. Me miró a los ojos. Se tapo la mano con la boca y comenzando a llorar corrió la cortina y cerro la ventana no dejando que se pudiera seguir mirando en el interior. Esto lógicamente me tomó por sorpresa. Me llenó de angustia. No pude más que seguir caminando lentamente. Alejándome de aquella esquina que me traía recuerdos desde algún lugar de mi interior, que me hacían sentir nostalgia de algo que no podían ser más que preguntas.
Guiado por su humilde amigo, lo siguió calle abajo, y luego calle arriba. Inmutado por el ruido de los pájaros que ahora iban despidiendo el día. Su abatimiento era cada vez mayor. Pero su alma estaba aún mejor. Sentía que se hacía más liviano, que todos los sucesos de aquella tarde tenían un porqué, y lo que se avecinaba con las ultimas gotas de luz de aquella tarde no era nada más, ni nada menos que algo tan inevitable como apacible. Y así, con los últimos rayos del sol, aparecieron más y más sombras, todo empezaba a ser sombra.
Y el día, en un último intento por sobrevivir, abrió el cielo y el sol se agigantó de una manera inexplicable. Hacia allí fue él, sediento de luz y de paz. Comenzó a ver de repente todo con mucha claridad, sentía que el cuerpo le iba pesando menos, que sus pies se alejaban del suelo y veía que se alejaba de Pestes, que lo miraba con los mismos ojos de alegría de siempre. Ahora ya todo lo que la sombra le había dicho tenía sentido, no se iba Pestes, se iba él.
Recordó entonces quién era esa mujer, a quién pertenecía esa casa y a quién pertenecía esa profesión. Se sabía como un hombre de leyes, y ahora vivía en la calle. Recordó a quien pertenecía esa sombra. Recordó a quien pertenecía esa peste, a quien pertenecía ese resultado. Cayó en la cuenta de que todo había terminado, porque alguna vez todo había comenzado. Un día partió y hoy pudo volver, para dar con su mirada, un último adiós a aquellos que lo amaban.
Adiós Pestes…
Leandro Will
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