Se escuchan pasos. La niña suelta el peine y salta a la cama, apaga la luz y se tapa.
Un sonido agudo acompaña la apertura de la puerta. Ella está quieta y expectante, cuando comienza a sentir esas manos que la acomodan, la arropan, la miman y labios de madre se posan sobre su frente.
Tarde de Domingo. El patio respira jazmines, se llena de voces, de risas. Puertas que abren. Puertas que cierran grandes silencios crepusculares. Una plaza inmensa, muchos niños, muchos globos, una sortija. Doy vueltas. Papá y mamá me miran allá desde una esquina. El sol pleno y mucha, mucha alegría.
La mujer joven inquieta, la anciana tranquila. Él llega, la abraza, la besa, le toca el cabello. La joven sonríe y la anciana los mira como se alejan. Él la toma por la cintura, ella gira y se suelta. Él se molesta. Ella se ríe. Ambos se besan.
Es demasiado tarde. La anciana estoica frente a su espejo, juega con su cabello, juega con sus recuerdos. Mientras en la cama, él desesespera, la joven danza – se sabe deseada, se sabe mujer- . La anciana la mira, la deja hacer.
De pronto la niña salta, la joven se entrega, la anciana descansa. Se funden, se abrigan, se abrazan.
Todas en la misma casa, en la misma habitación, en la misma cama, en un mismo espacio pero en distintos tiempos.
Raúl Menéndez
Raúl Menéndez
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