Tengo un grave problema, soy un “jugador compulsivo”. Si de apostar se trata, estoy al pie del cañón. Jugar para mí lo es todo.
Cuando juego, vivo; cuando no, me siento morir.
Y eso recuerdo que me pasaba aquella tarde, me sentía como muerto. El clima estaba horrible. No tenía un peso y las cuatro paredes de la habitación del hotel se me caían encima.
Nada qué hacer, nada con qué jugar!... Me daba lo mismo cualquier cosa; sin el vértigo del juego, esa vida era una mierda …
Creo que fue alrededor de las 3 PM cuando sentí golpes en mi puerta. Abrí y los vi.
Trajeados, con anteojos oscuros, esos 2 tipos parecían salidos de una película de mafiosos. Podían ser abogados, inspectores municipales o matones… Cualquier mote les iba bien.
¿Usted es Luis Robledo? -me preguntaron-, y a partir de allí comenzó esta odisea que, les aseguro, cambió mi vida.
Los tipos fueron directo al grano. Me dijeron que eran apostadores, como yo. Que sabían mucho de mí. De mi pasado y presente, de mi adicción al juego. Y que por esos motivos me habían elegido…
Me propusieron una cosa tan absurda que me llevó a decirles de entrada: “¡Rajen de acá, ustedes están en pedo!”….
Pensé que se habían equivocado de persona, porque me plantearon “escribir un cuento”. Sí, a mí, que lo único que sabía hacer era jugar.
Pero la cosa no terminaba ahí… El cuento en cuestión era para un concurso, y había un premio de 10.000 pesos para el ganador. La verdad, bastante tentador.
No obstante, como lo mío no era escribir, lo tomé a la ligera. Hasta que uno de ellos -el más inquieto- me dice: “Pero hay 100.000 si lográs ganarlo. Mi amigo y yo apostamos a favor y en contra tuyo. Yo pienso que perdés; él siempre deposita una gran esperanza en las personas. Cree que podés hacerlo…¿Qué te parece, aceptás o no?".
Claramente, era una apuesta. Los dos tipos estaban más locos que yo por el juego, le apostaban a cualquier cosa.
"¿Y si no gano el concurso?", pregunté por preguntar, ellos ni habían sacado el tema.
“Ah!! … Nos entregás tu vida”, me respondieron al unísono, como si lo hubieran ensayado. La verdad, también los tomé a la ligera. Sin embargo, por curiosidad nomás, les pedí mayores precisiones.
“¿Y qué significa eso de mi vida?”
Y muy sueltos, me contestaron: “Su vida, eso”, de ahí que los mandara a cagar como les conté al principio. Si bien mi vida no valía un carajo -ya estaba rifada antes que ellos aparecieran-, no era cosa para jugarla así porque sí… Además, ¿Yo, escribir algo?... ¿Cómo mierda iba a ganar, sin experiencia?.
“Les repito, váyanse, no me interesa”, fue lo penúltimo que les dije. Pero, antes de partir, me dijeron algo que me dolió mucho. Me señalaron que “Se iban decepcionados, que no esperaban que un jugador de mi reputación rechazara un desafío”. Sintetizando.... me trataron de cagón.
Con la puerta ya cerrada y el eco de sus pasos de fondo, me comenzó a correr por el cuerpo esa sensación que me jodió tota la vida. Pero esta vez era como una mezcla del orgullo herido y el bichito del juego, todo junto.
Era un cagón, sin dudas. Nunca me había echado atrás en nada; me había jugado sueldos enteros… Y todo por el simple hecho de “ganar”; lo que fuera, no importaba qué, ni lo que tuviera que hacer para lograrlo. Pero ahí estaba yo, diciéndole “no” a la oportunidad de mi vida… O de mi muerte.
Abrí la puerta y los paré. “¡Acepto!”, les grité a la distancia; eso fue lo último que les dije. Y desde el hall de la planta baja resonó como eco: “OK, tenemos un trato”.
Manos a la obra -me dije- y me puse frente a una hoja, lapicera en mano. Tenía que escribir algo interesante, y contra reloj. Tenía 7 días… Pero, además, tenía que ser algo bueno, para primerear. No había lugar para segundos ni terceros puestos.
Los primeros días fueron duros, hasta que la idea llegó, como por casualidad. Y así, poco a poco, la historia fue tomando forma. Letra a letra, fui adquiriendo confianza. “No es tan difícil”, reflexioné.
¡Aleluya!, recuerdo que grité al sexto día cuando escribía la última palabra: “Fin”. Y aunque no me parecía que fuera una historia para el primer puesto, alguna chance de pelear había. Tenía como un presentimiento de que me iba a ir bien, no sabía porqué...
Nuevamente la adrenalina del juego me recorrió el cuerpo. Como si aquellas hojas fueran el billete ganador. Y así, como estaba, salí disparado a la dirección donde debía presentarlo.
“En dos semanas tendrá noticias nuestras, si es de los que resultaron premiados”, fue todo lo que me dijeron al recibir el sobre.
Contaba los días con desesperación. Pero pasaban, y nada… No había respuestas. Me empecé a inquietar. Cuando salía a la calle, miraba en todas las direcciones. No fuera que a la vuelta de la esquina me encontrara con aquellos tipos y me pusieran una bala, o un cuchillazo...
Pero al décimo octavo día recibí aquella carta. No lo podía creer!... Me convocaban para la entrega de premios, o sea, “...Había algo para mí!”. ¡Y yo que pensaba que en cualquier momento Iba a ser “boleta”!...
Vestido con la mejor ropa que conseguí prestada, llegué al lugar donde sería la entrega de premios. No era un sitio muy afín a un apostador como yo. No conocía a nadie, había mucha gente...
Me senté y observé para ver si alguno me era familiar... Y sí, encontré un par de caras conocidas, casi me muero infartado al verlas.
Dos de los tres miembros del jurado eran los tipos que me habían visitado. O era una joda de un amigo, o ¿Qué carajo hacían allí?.. ¿Estaría arreglado para que yo ganara?, no sabía qué pensar.
Ya habían pasado las menciones, el tercero y segundo puestos, cuando en una de esas escucho: “Primer premio para Luis Robledo, por EL JURADO”... Casi me desmayo. Y más cuando uno de “ellos”, el que me tenía fe, me entrega las 10 lucas y me guiña el ojo.
“Dios existe!”, susurré para adentro. Agarré la guita y me fui corriendo a casa. Lo de las 100 lucas lo descarté, tenía que ser una joda, sin duda. Pero más allá de eso, estaba la realidad…
Alguien, una hada madrina que desconocía, no sé quién, me había elegido a mí. Y me había hecho ganar mucha plata. Alguna razón tendría, vaya a saber cuál … Pero “Qué más da saber el motivo”, me dije, “Bienvenida sea mi suerte!".
Con la plata podía pagar mis deudas y comenzar desde cero, pensé en un primer momento... Pero me arrepentí al instante. No llamé a mis acreedores ni le dije nada a nadie... “Qué se caguen, a esos explotadores les sobra la guita!!".
Mis planes eran otros: rajarme bien lejos y tener el desquite de mi vida... Jugármelo todo y hacer saltar la banca en algún lado.
A los tres días, y a punto de salir de casa para Mar del Plata con las valijas en mano, siento golpes en la puerta de nuevo.
No podía dar crédito a lo que veían mis ojos. Eran “ellos” otra vez, y pensé: “Mis ángeles benefactores que me traen las 100 lucas, estoy bendecido!”...
Pero, no...
“Tuviste tu oportunidad de pagarnos” -me dijeron- y lo último que recuerdo es esa pistola apuntando a mi cabeza mientras escribía esta…
Patricio D'Orrys
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domingo, 10 de junio de 2007
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