domingo, 10 de febrero de 2008

La memoria, a pedazos

El camino hacia el castillo se hace largo. Al menos, conservo la ilusión de encontrar a una doncella, en apuros, a la espera de mi rescate. Será un largo viaje, sin dudas, pero no debo temer, salvo a la muerte.

Confío en mis instintos y en mi armadura, hecha con el metal de mis recuerdos. Un viejo herrero ciego, Nubis, descubrió una fórmula alquímica capaz de transformar los textos de los libros en pedazos de metal.

Mi condición de viajero me proporcionó la costumbre de registrarlo todo en un diario de viajes. Descripciones de paisajes maravillosos, encuentros desafortunados con criaturas terribles y episodios rutinarios de la vida de un caballero, mezclados en una fuente, fueron suficientes para obtener este atuendo plateado que porto hace unos años.

La carga se aligera luego de recorrer tramos extensos. En un determinado instante, siento como si una parte de mí dejara de existir. En realidad, pierdo trozos de la coraza en el camino y, pese a mis esfuerzos, no consigo recomponerla. Las razones de esta insólita situación exceden mi limitado razonamiento. Algunos pensarán en una maldición de hechiceros por un ajuste de cuentas. ¡Supercherías de pueblo ignorante! Un caballero no cree en esas habladurías o, por lo menos, no debería creerlas, aunque parezcan tan convincentes.

A veces, me detengo unos segundos y trato de recordar de dónde partí. Es inútil, sólo vagas imágenes de lugares por los que alguna vez anduve, aparecen en mis pensamientos.

Pensé en regresar a mi hogar luego de mi último viaje, pero, ¿cuál de todas esas casas que frecuenté es verdaderamente la mía?. Sobre el castillo, he recolectado numerosas historias. Una amable anciana me contó una que me intrigó mucho y, para mi asombro, no existían dragones ni ogros feroces.

Se trataba de una hermosa doncella, cuyo nombre debo averiguar, que decidió encerrarse en el último cuarto de su castillo al convencerse, luego de ver su rostro reflejado en el agua del lago, de que no era bella. Ya pasaron quince años y aún no quiere salir. La verdad es que ningún caballero eligió ir a rescatarla. Sin dragones que vencer o un enemigo visible, la aventura no tiene sentido, pensarán. Es un error creer eso porque no hay desafío más grande que vencerse a uno mismo. Un maestro me dijo alguna vez "Siempre se debe estar alerta del enemigo que todos llevamos dentro. Es necesario conocerse en profundidad para derrotarlo.".

Resulta extraño, avanzo muy rápido y el castillo parece alejarse. Los pájaros vuelan hacia el horizonte hasta un punto donde emprenden el regreso. A unos kilómetros de aquí, se encuentra el Bosque de los mil árboles. Hace unos días que conocía un atajo para no pasar por ese lugar, sobre todo por el Paso del ensueño. Ahora, no me acuerdo nada de caminos y atajos. Lugares, rostros, historias de caballeros valientes me acompañaron durante toda la vida. Hoy son borrones y no puedo retenerlos.

Los instintos resultan mi única guía. También esta armadura forjada con el metal de mis recuerdos por un viejo ciego, cuyo nombre me olvidé. Un pedazo de la cobertura de mi pecho se acaba de desprender. Lo levanto pero se hace polvo en mis dedos. El aroma que expele me resulta familiar, aunque no identifico de qué se trata. Los pájaros están regresando en bandadas grandísimas. Seguro, ese ruido tenebroso desde el Bosque, a unos kilómetros de aquí, los ahuyentó. Tal vez se trate de una criatura de la oscuridad. Sin embargo, su llanto agudo es identificable y éste es diferente.

El llanto cesó y el silencio se apoderó de la noche. Creo que dormí unas horas junto al pie de este árbol gigante. La tierra está húmeda y estoy rodeado de un polvo que huele bien. Siento frío en mis pies desnudos. Posiblemente, las huellas en dirección a este árbol me pertenezcan. No pueden ser mías, tengo los pies limpios. Ya está amaneciendo. El rocío que cae de las hojas se disuelve en la tierra.

A unos pocos kilómetros, se divisa un enorme castillo. Tal vez alguien viva allí y pueda decirme dónde estoy. Soñé que era un caballero y mi misión, rescatar a una princesa de las garras de un feroz ogro. Conservo en mi memoria el hermoso rostro de la doncella del sueño. El último trozo de una armadura que porto se acaba de soltar.

Una sensación de libertad recorre ahora mi cuerpo y, por más que intente recordar el rostro que se refleja en el lago, aún no logro saber quién soy ni qué hago frente a un castillo vacío.

Pablo Arahuete