viernes, 14 de diciembre de 2012

NADIE TIENE LA ULTIMA PALABRA


Esteban no supo sino hasta aquel momento cuánto la quería!. Pero ya era demasiado tarde, había partido.

“¿Por qué fui tan estúpido??” –se cuestionaba-, como buscando en el martirio personal un castigo mayor a su reciente pérdida.

“Habría bastado dejarla hablar, escucharla. Y no la dejé!.. “

No, Esteban no dejó que ella le dijera nada... Si algo caracterizaba su personalidad –y él lo sabía-, era ese mal hábito de tener siempre la última palabra, casi una enfermedad.

Ella se había ido, para no volver... Y aunque no lo había dicho exactamente con esos términos, él era consciente de ello. No era tonto... Las despedidas definitivas le eran muy familiares, sabían y olían diferentes. No era la primera vez que se le escapaba alguien de esa manera.

Esteban gritaba como un loco su nombre. Quizás, creyendo que sería escuchado a la distancia y que ella vendría en su auxilio... Pero era imposible, hacía mucho que se había marchado... Ya estaría bien lejos, seguramente.

No lo aceptaba ...

Esteban era un hombre muy terco, de esos que no se rinden fácilmente. Recuperarla no le estaba reservado únicamente al campo de los milagros. Él sentía que podía revertir su triste realidad, aunque no sabía bien cómo..

En un últimno intento desesperado tomó su celular ... ¿Una última llamada? -imaginó-. ¿Pero a quién?... ¿De qué iba a servirle?... Nada iba a poder cambiar el destino. A lo sumo, confirmaría la triste verdad que tenía ante sus ojos... Estaba solo una vez más.

“¿Por qué la dejé ir?” –volvía a recriminarse entre lágrimas-... Esteban transitaba de la esperanza a la depresión, como condenado a obedecer la voluntad de un péndulo. La idea de haberla perdido para siempre, invadía su cabeza como un cáncer...

“Ella quería decirme algo... pero, qué... Qué?”.

No había respuestas, ni las habría... Esteban aún no había podido retirar su mano del cuello de ella.

Patricio D'Orrys