martes, 26 de junio de 2007

Indeleble

Se escuchan pasos. La niña suelta el peine y salta a la cama, apaga la luz y se tapa.

Un sonido agudo acompaña la apertura de la puerta. Ella está quieta y expectante, cuando comienza a sentir esas manos que la acomodan, la arropan, la miman y labios de madre se posan sobre su frente.

Tarde de Domingo. El patio respira jazmines, se llena de voces, de risas. Puertas que abren. Puertas que cierran grandes silencios crepusculares. Una plaza inmensa, muchos niños, muchos globos, una sortija. Doy vueltas. Papá y mamá me miran allá desde una esquina. El sol pleno y mucha, mucha alegría.

La mujer joven inquieta, la anciana tranquila. Él llega, la abraza, la besa, le toca el cabello. La joven sonríe y la anciana los mira como se alejan. Él la toma por la cintura, ella gira y se suelta. Él se molesta. Ella se ríe. Ambos se besan.

Es demasiado tarde. La anciana estoica frente a su espejo, juega con su cabello, juega con sus recuerdos. Mientras en la cama, él desesespera, la joven danza – se sabe deseada, se sabe mujer- . La anciana la mira, la deja hacer.

De pronto la niña salta, la joven se entrega, la anciana descansa. Se funden, se abrigan, se abrazan.

Todas en la misma casa, en la misma habitación, en la misma cama, en un mismo espacio pero en distintos tiempos.

Raúl Menéndez

viernes, 22 de junio de 2007

Gota a gota - Parte 2

Todos fuimos testigos de cómo Osvaldo vivió su inmerecida libertad. Jactándose de lo fácil que había resultado todo. No le faltaban ocasión ni lugar para hacer comentarios y hacerse notar.

Era casi morboso escuchar como repetía con lujo de detalles todo lo ocurrido, y de cómo su abogado había negociado la condena civil, abusando del dolor de un padre que no quería lucrar con la muerte de su hijo.

Debo confesar que al principio sentí lastima por él porque pensé que en el fondo de su alma debía de estar arrepentido, y que esa postura arrogante y segura, era tan sólo eso, una máscara para esconder su miedo, su culpa.

Pero no, no era así. No mostraba el más mínimo arrepentimiento...... hasta se lo escuchaba decir los días 5: “¿Alguien me acompaña al Banco?.... ¡Tengo que pagar mis pecados!"

Fue a partir de ese entonces que empecé a dejarlo de querer, que comenzó a darme asco. Me fui apartando de su lado gradualmente. Pienso que las pocas veces que lo veía, lo hacía porque aún abrigaba la esperanza de que algún día me contara cuánto sentía haberlo matado, cuánto lamentaba su muerte.

No fue sino hasta pasado un año del juicio que percibí que algo le pasaba. Mostraba algunos signos de deterioro para alguien de su edad, apenas 24 años. Parecía como de 40. Además, su carácter, extrovertido y vivaz, había cambiado por otro más cerrado, lacónico y solitario.

Era común verlo solo. Sus clásicas compañías – chicas bonitas, perfectas -, habían desaparecido.

Si nos cruzábamos, apenas compartíamos una charla forzada, de esas que se ensayan cuando no se tiene qué preguntar ni responder, cuando se trata de evitar los temas áridos.

Fui testigo de su progresiva caída. Pensé que podría tratarse de una enfermedad terminal, de algo incurable, o de una bancarrota. Pero en la realidad, no había razones para que luciera así ... su padre y él estaban más prósperos que nunca.

En una oportunidad, creí verlo en el cementerio, el mismo en el que descansaba Carlos; no imaginé que fuera a visitar su tumba, para nada!. Conociéndolo...... ¿Quién podía pensar eso?.

En el barrio la gente murmuraba cosas en relación a él; comenzó a generarse un mito acerca de Osvaldo. Como pocos lo veían, pocos hablaban, sólo algunos se reservaban el “mérito” de saber qué le estaba ocurriendo. Pero ninguna historia parecía verosímil. Hablaban de delirio místico, de arrepentimiento ... Nada coherente para quien lo conocía como yo.

Un día, lo recuerdo bien porque fue a principio del mes de noviembre ... Habían pasado ya 3 años desde la muerte de Carlos. Serían alrededor de las 2 de la mañana cuando sentí fuertes golpes en mi puerta. Golpeaban como para derribarla; y de fondo, como entre sollozos, una voz ronca pronunciaba mi nombre.
- "¡Abrime, Enrique... por favor, soy yo ..... Osvaldo!"

- "¿Osvaldo?"– me pregunte hacia adentro e instintivamente lo hice pronunciando su nombre.
- "¿Sos vos Osvaldo, qué hacés a esta hora?"

- "¡Abrime hermano, por favor!"

Apenas entreabrí la puerta y no pude creer lo que tenía delante. Aquel Osvaldo que alguna vez conocí había desaparecido; delante de mí tenía un despojo, un ente que había perdido todo rasgo de humanidad. Siquiera conservaba algo de aquella actitud que supo enseñar en otros tiempos.

Entendí que estaba muy enfermo, de ahí la razón de su hermetismo, de su aislamiento, de su cambio de carácter y hábitos. Con sólo mirarle los ojos unos segundos, comprendí que estaba condenado, que la vida le había jugado su última partida y la había perdido.

"¡Osvaldo.... Dios mío, qué te está pasando.... estás horrible, pasá, por favor, entrá!" – le dije en tono tan misericordioso como inmerecido -, aunque no me arrepiento de haberle sido piadoso; su peor enemigo hubiera hecho lo mismo en aquellas circunstancias.

Comenzó a relatarme desordenadamente el porqué de su actual estado. Al comienzo no lo entendía bien, sólo infería que se trataba de lo ocurrido después del juicio, de su culpa, de que no quería vivir más así.

Poco a poco se fue tranquilizando y comenzó con una confesión que me conmovió profundamente.

Se trataba del resarcimiento civil. Del peso que todos los meses debía pagar, personalmente, con un cheque que debía confeccionar de su puño y letra. Cada día 5, ni antes, ni después; todos los días 5 ....... porque así lo establecía la sentencia.

Me contó detalladamente lo que cada mes le ocurría cuando se aproximaba esa fecha. De su recuerdo recurrente: la cara de Carlos, la que hoy imaginaba en sueños, la que ni siquiera vio aquella noche a 140 kilómetros por hora.

De aquel Carlos gritando sordamente.... del impacto de su auto, del ruido de los huesos rotos; de la carne casi intacta; del cuerpo sin sangre, pero desarticulado como un títere; de su cobarde huída.

De sus pesadillas permanentes, de querer morirse los días anteriores a cada 5. De esos días previos, al principio pocos, pero que ahora son todos, los 30 del mes... porque no tenía ya descanso entre un pago y otro, todos estaban malditamente encadenados, como si vencieran siempre.

- "¡Matame Enrique, por favor!.... ¡Hacelo vos, o decile al padre de Carlos que tome mi vida, que se la doy, pero que termine con este calvario cuanto antes!."

- "¡Todavía tengo más de 150 meses por delante.... Toda una vida para recordar aquel momento!" – suplicaba e imploraba a la vez -, como si yo fuera el redentor de sus pecados, como si pudiera acabar con su flagelo.

Creo que necesitó contárselo a alguien, limpiar su conciencia... Que otros supieran.

Fue en un descuido, no lo vi. La ventana estaba abierta. Saltó casi sin que lo notara. Seguro, sin emitir sonido alguno durante su caída. En paz y tan solo como Carlos aquella noche.

sábado, 16 de junio de 2007

Gota a gota - Parte 1

Nunca olvidaré aquel rostro. Soberbio, desagradable, plagado de gestos propios de quien se siente un seguro ganador.

Ingresó a la sala con ese andar cinematográfico digno de un actor de Hollywood, secundado por dos agentes vestidos de civil que ni siquiera lo tomaban de los brazos.

¡Parecía tan libre!. Sólo las esposas que circundaban sus muñecas – perfectamente disimuladas bajo la costosa camisa de Armani que llevaba puesta - delataban que se trataba de un procesado.

Era hijo de un notorio empresario local, lo que lo convertía en intocable como su progenitor. Era de esas personas criadas bajo el manto protector de la impunidad - primera escuela de la que se nutren - y a la que le siguen la Universidad del desprecio por el prójimo y el inevitable Postgrado en fama y dinero fácil.

Tres meses había durado el juicio. Todo el pueblo se reunía los días de audiencia para tomarle el pulso al caso, quizás el más resonante en 50 años. Tres meses durísimos, durante los cuales la fiscalía no cesó de presentar pruebas en su contra. Tres largos meses en los cuales su joven y burlona sonrisa contrastó con la pena y la indignación de familiares y amigos de la víctima.... su víctima.

Ya nadie disponía del espíritu y la paciencia para soportarlo otro día más. Su actitud mordaz caldeaba segundo a segundo los ánimos de los presentes; se pedía a gritos una condena, un reproche ejemplar que impartiera justicia.

La mayoría querían verlo muerto, ejecutado. Como él lo hiciera con el pobre Carlos, un muchacho en la plenitud de sus años, que había cometido el único pecado de cruzar una calle cualquiera aquella fatídica noche de invierno. Otros, los menos, querían que se pudriera en la cárcel de por vida.

Pero, más allá de lo que unos y otros deseaban, todos los presentes en aquella sala abrigaban el mismo odio por ese triste personaje que parecía no sentir el más mínimo remordimiento por el crimen cometido.

El Juez apareció de improviso, casi nadie notó su ingreso. Estábamos muy ocupados observándolo; tenía todos los ojos encima, especialmente el de los padres de Carlos, destruidos física y emocionalmente desde que su hijo los abandonara.

“¡Orden en la sala!” – se escuchó de boca de su Señoría -, y acto seguido todas las miradas fueron para él.

Todo se tiñó de un profundo silencio. Tan tenso como forzado, pero que dejaba entrever un clamor generalizado de “¡Justicia, ya!”, sin pérdida de tiempo.... Que imploraba con un mudo grito esa palabra mágica: “¡Culpable!”.

“¿Tiene el Jurado su veredicto?”, interrogó el Juez.

“Sí, su Señoría”, respondió un agotado vocero del grupo.

Podíamos jurar de antemano que la condena sería antológica, nadie dudaba de ello. Pero, nunca se sabe bien en estos casos... No sería la primera ni la última vez que la señora ciega nos sorprendiera con sus “salomónicos” fallos.

"Se encuentra al acusado culpable de la muerte de Carlos Vega en los términos del artículo .......” – proclamó el Jurado – y comenzaron los primeros comentarios.

Comentarios que, en instantes, terminarían en insultos cruzados.

El porqué del alboroto era obvio. La sentencia era ridícula. Hablaba de “homicidio culposo”, sin intención, y todos sabíamos que no se podía hablar de “culpa” , de “fue sin querer”, cuando se atropella a un hombre a 140 kilómetros por hora, una noche lluviosa, y en pleno ejercicio de las facultades.

Había dolo por donde se lo mirara, tanto como desprecio por el prójimo. Era innegable que le tenían miedo.... El Juez, el fiscal, los del Jurado. Todos sospechábamos que el fallo había sido el lamentable resultado de “consejos y recomendaciones”, de esos que se reciben anónimamente por teléfono a medianoche, de los que no se pueden probar.

¿Cómo habíamos podido llegar a tal punto? – nos preguntábamos -. Sin una condena penal como Dios manda.

Carlos Vega había sido revoleado por los aires, desarticulado como un muñeco, partido en mil pedazos sólo unidos por la entereza de su juventud. Quizás Carlos ni siquiera se dio cuenta de que moría. No tuvo tiempo de enterarse, murió en el acto, de un solo golpe, como un animal en el matadero.

Como pude, resistí mi indignación y presté nuevamente atención a lo que se decía en el recinto. “Se condena al acusado a 2 años de prisión en suspenso y la accesoria civil de 200 pesos, pagaderos de la siguiente manera: ............”. Fue en ese instante cuando reparé en la última frase.... “... ¿Escuché bien? – me dije – “¿Doscientos pesos?... sonaba a burla sobre burla.

“¡Silencio en la sala!” – vociferó el Juez reiteradas veces – alterado por el descontrol de la gente. Sin embargo, en la Defensa se vivía todo lo contrario. Había caras tranquilas.

¿Me habré perdido algo? - me dije para adentro.

Se pidió la repetición de la sentencia: “... 200 pesos pagaderos mensualmente por el acusado, todos los días 5 o hábil siguiente, a razón de un peso por mes, mediante cheque depositado en la cuenta N° 012-131348, del Banco San Cristóbal”.

Escuché de alguien en la sala que había sido el padre de Carlos quien solicitara tan pequeño monto ... que originalmente la fiscalía pretendió demandar al acusado a pagar 1 millón de pesos, pero que el padre quiso arreglar extrajudicialmente la reparación por una cifra marcadamente inferior, en tanto se saldara bajo sus estrictos términos. A priori, parecía una locura, pero no, tenía su sentido ... Había sido un 5 el día en que su hijo perdiera la vida.

Esta historia podría concluir aquí, como una más de esas a las que nos acostumbra el injusto mundo en que vivimos.

Sin embargo, aquí comienza otra historia, la mía. El que manejaba aquel auto a 140 kilómetros por hora era Osvaldo López Sarmiento, mi amigo....... ex amigo, mejor dicho.

Patricio D'Orrys
Continuará ...

lunes, 11 de junio de 2007

Un lector nos enseña...

Blas Ordóñez en uno de los lectores de Tirame la Goma. Y nos cuenta algo que no sabíamos acerca del "Bondi de los sueños", uno de los más recientes posteos. Todos los días se aprende algo. Gracias, Blas!

El "Bondi de los sueños" es un mito muy antiguo, que llega al hombre indoeuropeo probablemente desde oriente.

Según el Prof. Grastch, su origen se encuentra en china. Era un carruaje ziche, que algunas damas utilizaban para movilizarse en la ciudad. En su interior, grabado en dorado había un cartel que rezaba: "Cuidado con lo que deseas... puede cumplirse".

Blas Ordóñez

domingo, 10 de junio de 2007

El Jurado

Tengo un grave problema, soy un “jugador compulsivo”. Si de apostar se trata, estoy al pie del cañón. Jugar para mí lo es todo.

Cuando juego, vivo; cuando no, me siento morir.

Y eso recuerdo que me pasaba aquella tarde, me sentía como muerto. El clima estaba horrible. No tenía un peso y las cuatro paredes de la habitación del hotel se me caían encima.

Nada qué hacer, nada con qué jugar!... Me daba lo mismo cualquier cosa; sin el vértigo del juego, esa vida era una mierda …

Creo que fue alrededor de las 3 PM cuando sentí golpes en mi puerta. Abrí y los vi.

Trajeados, con anteojos oscuros, esos 2 tipos parecían salidos de una película de mafiosos. Podían ser abogados, inspectores municipales o matones… Cualquier mote les iba bien.

¿Usted es Luis Robledo? -me preguntaron-, y a partir de allí comenzó esta odisea que, les aseguro, cambió mi vida.

Los tipos fueron directo al grano. Me dijeron que eran apostadores, como yo. Que sabían mucho de mí. De mi pasado y presente, de mi adicción al juego. Y que por esos motivos me habían elegido…

Me propusieron una cosa tan absurda que me llevó a decirles de entrada: “¡Rajen de acá, ustedes están en pedo!”….

Pensé que se habían equivocado de persona, porque me plantearon “escribir un cuento”. Sí, a mí, que lo único que sabía hacer era jugar.

Pero la cosa no terminaba ahí… El cuento en cuestión era para un concurso, y había un premio de 10.000 pesos para el ganador. La verdad, bastante tentador.

No obstante, como lo mío no era escribir, lo tomé a la ligera. Hasta que uno de ellos -el más inquieto- me dice: “Pero hay 100.000 si lográs ganarlo. Mi amigo y yo apostamos a favor y en contra tuyo. Yo pienso que perdés; él siempre deposita una gran esperanza en las personas. Cree que podés hacerlo…¿Qué te parece, aceptás o no?".

Claramente, era una apuesta. Los dos tipos estaban más locos que yo por el juego, le apostaban a cualquier cosa.

"¿Y si no gano el concurso?", pregunté por preguntar, ellos ni habían sacado el tema.

“Ah!! … Nos entregás tu vida”, me respondieron al unísono, como si lo hubieran ensayado. La verdad, también los tomé a la ligera. Sin embargo, por curiosidad nomás, les pedí mayores precisiones.

“¿Y qué significa eso de mi vida?”

Y muy sueltos, me contestaron: “Su vida, eso”, de ahí que los mandara a cagar como les conté al principio. Si bien mi vida no valía un carajo -ya estaba rifada antes que ellos aparecieran-, no era cosa para jugarla así porque sí… Además, ¿Yo, escribir algo?... ¿Cómo mierda iba a ganar, sin experiencia?.

“Les repito, váyanse, no me interesa”, fue lo penúltimo que les dije. Pero, antes de partir, me dijeron algo que me dolió mucho. Me señalaron que “Se iban decepcionados, que no esperaban que un jugador de mi reputación rechazara un desafío”. Sintetizando.... me trataron de cagón.

Con la puerta ya cerrada y el eco de sus pasos de fondo, me comenzó a correr por el cuerpo esa sensación que me jodió tota la vida. Pero esta vez era como una mezcla del orgullo herido y el bichito del juego, todo junto.

Era un cagón, sin dudas. Nunca me había echado atrás en nada; me había jugado sueldos enteros… Y todo por el simple hecho de “ganar”; lo que fuera, no importaba qué, ni lo que tuviera que hacer para lograrlo. Pero ahí estaba yo, diciéndole “no” a la oportunidad de mi vida… O de mi muerte.

Abrí la puerta y los paré. “¡Acepto!”, les grité a la distancia; eso fue lo último que les dije. Y desde el hall de la planta baja resonó como eco: “OK, tenemos un trato”.

Manos a la obra -me dije- y me puse frente a una hoja, lapicera en mano. Tenía que escribir algo interesante, y contra reloj. Tenía 7 días… Pero, además, tenía que ser algo bueno, para primerear. No había lugar para segundos ni terceros puestos.

Los primeros días fueron duros, hasta que la idea llegó, como por casualidad. Y así, poco a poco, la historia fue tomando forma. Letra a letra, fui adquiriendo confianza. “No es tan difícil”, reflexioné.

¡Aleluya!, recuerdo que grité al sexto día cuando escribía la última palabra: “Fin”. Y aunque no me parecía que fuera una historia para el primer puesto, alguna chance de pelear había. Tenía como un presentimiento de que me iba a ir bien, no sabía porqué...

Nuevamente la adrenalina del juego me recorrió el cuerpo. Como si aquellas hojas fueran el billete ganador. Y así, como estaba, salí disparado a la dirección donde debía presentarlo.

“En dos semanas tendrá noticias nuestras, si es de los que resultaron premiados”, fue todo lo que me dijeron al recibir el sobre.

Contaba los días con desesperación. Pero pasaban, y nada… No había respuestas. Me empecé a inquietar. Cuando salía a la calle, miraba en todas las direcciones. No fuera que a la vuelta de la esquina me encontrara con aquellos tipos y me pusieran una bala, o un cuchillazo...

Pero al décimo octavo día recibí aquella carta. No lo podía creer!... Me convocaban para la entrega de premios, o sea, “...Había algo para mí!”. ¡Y yo que pensaba que en cualquier momento Iba a ser “boleta”!...

Vestido con la mejor ropa que conseguí prestada, llegué al lugar donde sería la entrega de premios. No era un sitio muy afín a un apostador como yo. No conocía a nadie, había mucha gente...

Me senté y observé para ver si alguno me era familiar... Y sí, encontré un par de caras conocidas, casi me muero infartado al verlas.

Dos de los tres miembros del jurado eran los tipos que me habían visitado. O era una joda de un amigo, o ¿Qué carajo hacían allí?.. ¿Estaría arreglado para que yo ganara?, no sabía qué pensar.

Ya habían pasado las menciones, el tercero y segundo puestos, cuando en una de esas escucho: “Primer premio para Luis Robledo, por EL JURADO”... Casi me desmayo. Y más cuando uno de “ellos”, el que me tenía fe, me entrega las 10 lucas y me guiña el ojo.

“Dios existe!”, susurré para adentro. Agarré la guita y me fui corriendo a casa. Lo de las 100 lucas lo descarté, tenía que ser una joda, sin duda. Pero más allá de eso, estaba la realidad…

Alguien, una hada madrina que desconocía, no sé quién, me había elegido a mí. Y me había hecho ganar mucha plata. Alguna razón tendría, vaya a saber cuál … Pero “Qué más da saber el motivo”, me dije, “Bienvenida sea mi suerte!".

Con la plata podía pagar mis deudas y comenzar desde cero, pensé en un primer momento... Pero me arrepentí al instante. No llamé a mis acreedores ni le dije nada a nadie... “Qué se caguen, a esos explotadores les sobra la guita!!".

Mis planes eran otros: rajarme bien lejos y tener el desquite de mi vida... Jugármelo todo y hacer saltar la banca en algún lado.

A los tres días, y a punto de salir de casa para Mar del Plata con las valijas en mano, siento golpes en la puerta de nuevo.

No podía dar crédito a lo que veían mis ojos. Eran “ellos” otra vez, y pensé: “Mis ángeles benefactores que me traen las 100 lucas, estoy bendecido!”...

Pero, no...

“Tuviste tu oportunidad de pagarnos” -me dijeron- y lo último que recuerdo es esa pistola apuntando a mi cabeza mientras escribía esta…

Patricio D'Orrys

miércoles, 6 de junio de 2007

Los Orcos - Parte 2

(Ver "Los Orcos - Parte 1)

Desde el origen de todos los tiempos y a través de los siglos, los orcos han desarrollado la necesidad de mutarse para sobrevivir a expensas de la especie humana.

El primero de estos cambios operó sobre su estructura morfológica cambiando su aspecto monstruoso por otro que les permitiera mimetizarse. Siguieron su evolución en consonancia con los avances que experimentaba nuestra sociedad, logrando el objetivo de penetrar para luego poder multiplicarse y obtener un fenotipo humano, manteniendo intacta su esencia caníbal.

En un estadio superior, constituyeron familias y se perfeccionaron en todas las artes del conocimiento. Cada subespecie, se especializó en las áreas para las cuales tenían una predisposición sádica natural.

Concluida esta fase y dotados de estudios superiores comenzaron una escala ascendente dentro de las estructuras de poder. Poco a poco fueron enquistándose en instituciones públicas y fundamentalmente en las de carácter privado y transnacional.
Hoy se encuentran consolidados y ejerciendo con poder su verdadera naturaleza. Casi no se los diferencia salvo por algunas características innatas que muy a su pesar los delatan y nos permite identificarlos. Una es que carecen por completo de sentimientos, ni siquiera hacia los de su misma especie; otra es que están inhibidos de experimentar miedo, dado que se expondrían al canibalismo de sus congéneres.

La actualidad se les presenta de modo poco favorable y les resulta muy difícil satisfacer sus ambiciones. Debemos pues armarnos de paciencia ser precavidos al mismo tiempo que dilucidamos sus puntos débiles.

El paso siguiente es analizar pausadamente cuál es la estrategia más conveniente. El último paso es quizás el más difícil, hay que esperar el tiempo necesario para que se presenten las condiciones propicias y entonces proceder a ejecutar una estocada profunda y precisa. Nosotros somos mayoría, solo nos falta la determinación y la batalla estará ganada.

Piénsalo rápido ¡¡¡¡¡¡ Ya vienen, Ya vienen ¡!!!!!!!!. Quizás alguno se encuentre ahora frente a tí.

Raúl Menéndez

sábado, 2 de junio de 2007

Hortensia

Cuando te vi las uñas, las uñas todas sucias, noté que habías estao en el lago con el arrastrao de Juan Manuel de la Vega, ese hijo e´ su madre no va a poder robar tu corazón que a mí me pertenece como Eduardo Osvaldo Jesú de la Cruz López que me llamo.

Te digo que voy a dar por muerte a ese alcahuete y a toda su familia de ladrone de gallina. Esta situación envenena mi alma, querida Hortensia, vamo a juntar nuestras familias, las familias más ricas del pueblo y tendremos muchos críos.

No te arrincones de esa manera contra la pared. Ya sé que el cuchillo luce amenazante, pues, no te voy a quitar nada que no sea mío, hasta tu vida es mía, Hortensia.

¿Qué cómo que hay cosas que no son mías?... ¿Cómo que ya antes habías…?
Esto no puede ser. ¿Cómo que a los doce años?... ¿Y con el Elioberto Sosa?

Mirame bien fijo y dime que no es verda. De solo pensarlo me hirve la sangre, las venas se me hinchan, se me hincha todo… Pues, dime si me has mentido más.

¿Cómo que si?... No quiero saber más Hortensia, has roto mi corazón profundamente, has llegao a sus raíces y me lo arrancaste de cuajo. Has crecido mucho conmigo Hortensia, ahora tienes trece añitos, santos han sido los lugares donde pasamos nuestras mejores noches.

¿Cómo que has tenido mejores noches?... ¿Acaso el cuchillo no te asusta?...

Sabes que tus palabras son más asesinas que el mesmo cuchillo que agarro con mi mano. Pero si tus palabras son asesinas de mí, mi cuchillo primero te quitara lo que alguna vez pensé que era mío y ahora descubro que no… Pero no lo puedo hacer Hortensia, no puedo matarte sin antes besarte… me acercaré lentamente a tu boca magullada. No temas. Tendré al menos un ultimo beso de adió…

Eduardo Osvaldo Jesú de la Cruz López fue hallado muerto con el pecho abierto, le habían extraído el corazón. Se presume que el autor del crimen le habría robado el corazón para venderlo en el hipermercado de órganos.

Leandro Will