viernes, 22 de junio de 2007

Gota a gota - Parte 2

Todos fuimos testigos de cómo Osvaldo vivió su inmerecida libertad. Jactándose de lo fácil que había resultado todo. No le faltaban ocasión ni lugar para hacer comentarios y hacerse notar.

Era casi morboso escuchar como repetía con lujo de detalles todo lo ocurrido, y de cómo su abogado había negociado la condena civil, abusando del dolor de un padre que no quería lucrar con la muerte de su hijo.

Debo confesar que al principio sentí lastima por él porque pensé que en el fondo de su alma debía de estar arrepentido, y que esa postura arrogante y segura, era tan sólo eso, una máscara para esconder su miedo, su culpa.

Pero no, no era así. No mostraba el más mínimo arrepentimiento...... hasta se lo escuchaba decir los días 5: “¿Alguien me acompaña al Banco?.... ¡Tengo que pagar mis pecados!"

Fue a partir de ese entonces que empecé a dejarlo de querer, que comenzó a darme asco. Me fui apartando de su lado gradualmente. Pienso que las pocas veces que lo veía, lo hacía porque aún abrigaba la esperanza de que algún día me contara cuánto sentía haberlo matado, cuánto lamentaba su muerte.

No fue sino hasta pasado un año del juicio que percibí que algo le pasaba. Mostraba algunos signos de deterioro para alguien de su edad, apenas 24 años. Parecía como de 40. Además, su carácter, extrovertido y vivaz, había cambiado por otro más cerrado, lacónico y solitario.

Era común verlo solo. Sus clásicas compañías – chicas bonitas, perfectas -, habían desaparecido.

Si nos cruzábamos, apenas compartíamos una charla forzada, de esas que se ensayan cuando no se tiene qué preguntar ni responder, cuando se trata de evitar los temas áridos.

Fui testigo de su progresiva caída. Pensé que podría tratarse de una enfermedad terminal, de algo incurable, o de una bancarrota. Pero en la realidad, no había razones para que luciera así ... su padre y él estaban más prósperos que nunca.

En una oportunidad, creí verlo en el cementerio, el mismo en el que descansaba Carlos; no imaginé que fuera a visitar su tumba, para nada!. Conociéndolo...... ¿Quién podía pensar eso?.

En el barrio la gente murmuraba cosas en relación a él; comenzó a generarse un mito acerca de Osvaldo. Como pocos lo veían, pocos hablaban, sólo algunos se reservaban el “mérito” de saber qué le estaba ocurriendo. Pero ninguna historia parecía verosímil. Hablaban de delirio místico, de arrepentimiento ... Nada coherente para quien lo conocía como yo.

Un día, lo recuerdo bien porque fue a principio del mes de noviembre ... Habían pasado ya 3 años desde la muerte de Carlos. Serían alrededor de las 2 de la mañana cuando sentí fuertes golpes en mi puerta. Golpeaban como para derribarla; y de fondo, como entre sollozos, una voz ronca pronunciaba mi nombre.
- "¡Abrime, Enrique... por favor, soy yo ..... Osvaldo!"

- "¿Osvaldo?"– me pregunte hacia adentro e instintivamente lo hice pronunciando su nombre.
- "¿Sos vos Osvaldo, qué hacés a esta hora?"

- "¡Abrime hermano, por favor!"

Apenas entreabrí la puerta y no pude creer lo que tenía delante. Aquel Osvaldo que alguna vez conocí había desaparecido; delante de mí tenía un despojo, un ente que había perdido todo rasgo de humanidad. Siquiera conservaba algo de aquella actitud que supo enseñar en otros tiempos.

Entendí que estaba muy enfermo, de ahí la razón de su hermetismo, de su aislamiento, de su cambio de carácter y hábitos. Con sólo mirarle los ojos unos segundos, comprendí que estaba condenado, que la vida le había jugado su última partida y la había perdido.

"¡Osvaldo.... Dios mío, qué te está pasando.... estás horrible, pasá, por favor, entrá!" – le dije en tono tan misericordioso como inmerecido -, aunque no me arrepiento de haberle sido piadoso; su peor enemigo hubiera hecho lo mismo en aquellas circunstancias.

Comenzó a relatarme desordenadamente el porqué de su actual estado. Al comienzo no lo entendía bien, sólo infería que se trataba de lo ocurrido después del juicio, de su culpa, de que no quería vivir más así.

Poco a poco se fue tranquilizando y comenzó con una confesión que me conmovió profundamente.

Se trataba del resarcimiento civil. Del peso que todos los meses debía pagar, personalmente, con un cheque que debía confeccionar de su puño y letra. Cada día 5, ni antes, ni después; todos los días 5 ....... porque así lo establecía la sentencia.

Me contó detalladamente lo que cada mes le ocurría cuando se aproximaba esa fecha. De su recuerdo recurrente: la cara de Carlos, la que hoy imaginaba en sueños, la que ni siquiera vio aquella noche a 140 kilómetros por hora.

De aquel Carlos gritando sordamente.... del impacto de su auto, del ruido de los huesos rotos; de la carne casi intacta; del cuerpo sin sangre, pero desarticulado como un títere; de su cobarde huída.

De sus pesadillas permanentes, de querer morirse los días anteriores a cada 5. De esos días previos, al principio pocos, pero que ahora son todos, los 30 del mes... porque no tenía ya descanso entre un pago y otro, todos estaban malditamente encadenados, como si vencieran siempre.

- "¡Matame Enrique, por favor!.... ¡Hacelo vos, o decile al padre de Carlos que tome mi vida, que se la doy, pero que termine con este calvario cuanto antes!."

- "¡Todavía tengo más de 150 meses por delante.... Toda una vida para recordar aquel momento!" – suplicaba e imploraba a la vez -, como si yo fuera el redentor de sus pecados, como si pudiera acabar con su flagelo.

Creo que necesitó contárselo a alguien, limpiar su conciencia... Que otros supieran.

Fue en un descuido, no lo vi. La ventana estaba abierta. Saltó casi sin que lo notara. Seguro, sin emitir sonido alguno durante su caída. En paz y tan solo como Carlos aquella noche.

1 comentario:

MaraiaBlacke dijo...

Muy buen relato...me estremeci� ver la situacion correr ante mis ojos...
Saludos