viernes, 17 de agosto de 2007

Adiós, cordobés

Salgo apurado como de costumbre. Esta manía de manejar mis propios tiempos termina por traicionarme. De lejos diviso el colectivo y cruzo la avenida en diagonal, levanto la mano para llamar la atención y lo consigo.
El chofer se apiada de mí una vez más y se detiene a mitad de cuadra. Subo agitado en el estribo. Los dos reímos. Saco el boleto. Por la radio se escuchan los datos del tiempo y el estado de las principales arterias de acceso a la capital federal, en un resumen compactado de noticias. Una en particular me alcanza y empieza a recorrerme. El chofer me mira de reojo y dice:
- ¿Le pasa algo, Maestro?.
- Debe ser la corrida – digo para tranquilizarlo.
La luz roja de Avda La Plata y Lamadrid nos detiene, el chofer, ahora gira su cabeza y vuelve a interrogarme.
- ¿Bien?- dice.
- Bien – respondo, mientras asiento con mi cabeza. Recién entonces vuelve a sonreír y me guiña un ojo. El semáforo cambia de color y seguimos el viaje que esta vez me lleva a una esperada tarde de domingo, cuando de la mano de mi viejo, fui a verte jugar por primera vez.
Todo es nuevo, mis ojos no alcanzan a explorar cada rincón de la cancha, me detengo en los que saltan subidos a un caño, agarrados de las banderas, exploto de ansiedad, esperando la salida de mi equipo.
De repente, todos gritan y empiezan a saltar, las banderas se agitan y mi viejo señala en dirección a uno de los ángulos de la cancha. Observo a un hombre grande y morocho, con una soga en la mano, comienza a tirarla y entonces sube una pequeña lona que desata la locura.
Montones de papelitos vuelan en el aire. Los bombos resuenan y desde el fondo de la tierra sale Vélez. Estoy paralizado, el corazón a mil , la alegría me desborda, veo a mi viejo gritando y tomándome del brazo, tengo siete años, nunca voy a olvidar esa tarde. Fue el principio de años llenos de tardes de domingo, una cálida pausa que compartía con mi viejo y el fútbol. Un refugio que abrigaba esperanzas, y ayudaba a matizar una apacible vida de barrio.
Ahí, en el fondo de la formación te alcanzo a ver, con tu casi metro noventa, llegando al centro del campo y levantando las manos, para que termine de estallar la tribuna. Mi viejo tenía dos laburos, salía de uno y se metía al otro, pero antes pasaba por nuestra casa. Mi vieja siempre le tenía preparada la comida. Lo veía cansado, las piernas y la columna le molestaban mucho, sin embargo siempre estaba de buen humor.
Algunas veces en medio de la comida contaba un chiste, pero tenía tan poca gracia, que mi vieja se enojaba ni bien empezaba, el lo sabía pero cada tanto repetía el ritual, luego se acercaba para abrazarla ¡No te enojes – viejita! le decía, le daba un beso, me saludaba y se iba.
Como volvía muy tarde, no lo volvía a ver hasta el otro día, así se pasaba la semana. El sábado generalmente visitábamos a mis abuelos y algunas veces nos llevaba al museo de ciencias naturales, siempre le interesaron los misterios de la naturaleza.
Por fin llegaba el domingo, el domingo era nuestro y yo rogaba por que fuera un lindo día. Estaba tranquilo, no había hecho ningún quilombo en la escuela y nada impedía que me dejaran ir. Sin embargo cuando se acercaba la hora, mi vieja se ponía insoportable, mientras me arropaba, repetía mil veces las mismas recomendaciones. Nosotros tomábamos siempre la misma actitud, permanecíamos callados y sin contradecirla, cualquier comentario hubiera resultado inútil, las madres siempre tienen miedos.
En esos momentos, mi viejo terminaba de juntar las monedas para el colectivo. Ahora si, nos íbamos a la cancha, ese espacio de encuentros no pactados, el mismo lugar, las mismas caras, la misma pasión, la misma esperanza, sentirse acompañado compartiendo un mismo sentimiento popular. Era un equipo humilde pero con la convicción de quedar en la historia .Existía la secreta necesidad de un barrio, de todos: Pero faltaba alguien que catalizara todo ese fervor y nos llevara de la mano, nos mostrara el camino.
Alguien con la claridad suficiente para sacar lo mejor de cada uno de nosotros. Fue entonces que un día cualquiera llegaste a ocupar ese lugar para tomar el desafío y marcar la diferencia, esa que nos hacía ir a la escuela con la cabeza en alto y plantarnos con los amigos del barrio sin temor a las cargadas.
Como esa noche que en plena bombonera, le pintaste la cara al Boca de Rattín ó esa tarde con Atlanta, que hasta el referí te fue a dar la mano. Sin embargo vos nada, seguías con tu andar pausado, parecías estar en otro tiempo, en otra parte, como meditando una gambeta. Eran épocas en que se dejaba la vida por la camiseta, porque después de mucho tiempo la piel y la camiseta eran lo mismo, eso nos hermanaba, éramos cómplices de tu fantasía. Hoy la magia se torna ausencia.
Ausencia que descansa en la inmortalidad presente en el cartón redondo, que guardo en el primer cajón de mi mesa de luz. Terminó el partido, la vieja y querida lona de Alfajores Guaymallen, quiere ser la primera en levantarse. A un costado y de pie está el Negro Tulio - histórico testigo de tardes memorables- que con un marcado gesto de respeto, le suelta sus amarras, dando inicio al eterno rito del final. Luego sus deformes y toscas manos comienzan a aplaudir, mientras desde el fondo de su boca desdentada asoma una sonrisa, me sumo a el y conmigo muchos más que con la vista nublada nos empecinamos en seguir observando tu figura, que lentamente se aproxima al túnel. Un tenue murmullo comienza a crecer hasta hacerse grito en las miles de gargantas que repiten:

¡Cor-do-bés!, ¡Cor-do-bés!, ...¡Cor-do-bés!.

Es un momento único, mágico, viene envuelto con una rara belleza, esa capaz de amalgamar tristeza y alegría, el sabio y delicado equilibrio, que nos anuncia su inexorable presencia. Si hasta te ganaste su respeto, te vas entero de la cancha.
Cada vez estas más cerca y siento la necesidad de gritarte ¡Gracias! , antes que desaparezcas definitivamente por la boca del túnel. Voy llegando a destino, me acerco hacia la puerta delantera.
El chofer vuelve a mirarme, le indico que bajo en la próxima parada, palmeo su espalda en señal de agradecimiento y espero en silencio junto a él. Hago gestos esquivos para que no se note mi sensibilidad, mientras a mi alrededor un hombre dormita, una chica lee y un adolescente juega con su celular.

2 comentarios:

Luz dijo...

Me encanto el blog porque encontré un proverbio chino que estaba buscando.. porque me lo contó ayer una chica muy amiga mia asi que.. GRACIAS.
Un beso

Luz

Unknown dijo...

Buen blog.
Me gusta como escribís.
Un abrazo

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