viernes, 6 de julio de 2007

Momentos

Se dirigió en dirección al fondo de la casa, con pasos cortos. Pensó cuantas veces había hecho exactamente la misma rutina.

Ahora apretaba con fuerza un ramo de flores en su mano derecha y una porción de alpiste en su puño izquierdo. El día estaba despejado. Le llamó la atención que los perros no hubieran venido a saludarlo.

Siguió decididamente hasta el umbral que delimitaba el mosaico con el pasto. Se paró y comenzó a recorrerlo palpando cada planta del lugar, se detuvo a escasos metros del sauce. Posó sus manos en la tierra una vez más. Extrajo una flor del ramo y la plantó con firmeza a corta distancia resguardándola del viento.

Luego se quedó inclinado unos segundos en silencio.

Instantes después prosiguió su recorrido, con pasos lentos y armoniosos cuya esencia hacía inevitable su semejanza con una vieja danza oriental.

Desde lo alto de un pino vecino lo observaba el venteveo. El pájaro lanzó su canto de bienvenida, como de costumbre. El hombre levantó la vista, y a modo de respuesta esparció a su alrededor el alpiste con su mano izquierda más abierta que nunca.

Se retiró como había llegado, en silencio.

De pronto se detuvo giró, respiró profundo y echo una larga mirada. Inmediatamente corrió y se fundió en un abrazo con el sauce -tan corto como eterno-. El pájaro amarillo siguió cantando.

Salió corriendo sin detenerse hasta antes de llegar a la puerta de entrada. Paró, se compuso, y con paso decidido avanzó hacia la pareja joven que ansiosamente lo esperaba.

Sintió que sus fuerzas lo abandonaban.

Sin embargo, puso su mejor sonrisa, entregó las llaves, y estrechó fuertemente sus manos.

Se alejó caminando previo saludar al empleado que colocaba la faja. Era mediodía, las calles estaban desiertas. El pájaro amarillo seguía cantando.

Raún Menéndez

No hay comentarios: